Era una madrugada tranquila, el frío de la noche castigaba sin piedad



Busa!



Los ruidos de esa noche eran los de los grillos y los del viento golpeando las hojas de los árboles



Busa ngo Xolo!



Los monos araña descansában en las copas de los árboles; abajo, una manada de gacelas dormían, salvo por los pequeños grupos encargados de hacer guardias nocturnas



Busa le lizwe!



Solo un ruido ajeno perturbaba la paz y quietud de esa madrugada. Un maullido. Un maullido de cachorro. Un maullido de cachorro de León. Un triste maullido de cachorro de León que salía de una cueva fría y obscura.



Busa Zuri



Era una tarde calurosa en el Jani, el sol se ocultaba rápidamente, pero no se llevaba con sigo ese calor que derretía los sesos, probablemente por la cercanía del lunar con el desierto. En el centro, un matrimonio de Leones y, al rededor, ni un alma. La hembra, Karanga, emitía terribles rugidos de dolor, mientras su pareja la observaba y sufría con ella, sintiéndose impotente de ayudarla. Estaba dando a luz; dos de los pequeños ya habían salido: Kawia, el cual consideraron "Llegó tarde" pese a ser el primero por haber salido casi dos horas después de iniciado el trabajo de parto e Indela, una juguetona cachorrita.El problema ahora era el tercero, la madre llevaba horas sufriendo porque el pequeño venía en mala posición y no salía. Los momentos parecían interminables; los minutos se volvieron horas, y las horas, siglos. Dos. Dos, sí, y dos más; cuatro horas pasaron y finalmente un inerte cuerpo cayó al piso bañado en sangre. No se movía, no respiraba, no vivía. La madre rompió en lágrimas mientras el padre se sentía deshecho por dentro. Como si estuviera vivo, la madre lo tomó de una manera casi instintiva y comenzó a limpiarlo. Lo lamía y lamía hasta que quedó completamente limpio. "Tan bello que éra!", pensó para si misma y, justo cuando comenzaba a cerrar los ojos para entregarse a su sufrimiento interno, la distrajo un suave y amoroso maullido. Su cachorro, el que no quería salir, el problemático, el más pequeño, vivía.



El frío de la madrugada se había desvanecido dejando sólo un agradablemente fresco clima en el Kiwara. Los maullidos que atormentaron el silencio nocturno se habían desvanecido hacía no más de dos horas. Las gacelas estaban despiertas ahora, moviéndose de un lado a otro para alimentarse y saciar su sed. Los monos araña retosaban y se quitaban las pulgas entre ellos. Repentinamente, un feroz rugido interrumpió la perfecta armonía de la mañana. Las gacelas huyeron y los monos se ocultaron. Al rugido siguió un grito, "Zuri!". El cachorro despertó y abrió los ojos; lo que vió lo llenó de pánico: Una leona jóven y de oscuro pelage marándolo fijamente y arrojándole odio por los ojos. "Zuri! Te dije que no te durmieras!", dijo ella, a lo que él contestó tímidamente, "Perdón mami", ella le gruñó, se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia afuera; sin siquiera detenerese le dijo, "No se para que me molesto... ven, aún no he comenzado contigo."



El mediodía del Jani era aún más caluroso que el resto de sus horas. Una pareja de leones se movía con sus cachorros, de menos de dos lunas de edad, hacia el desierto. Sabían que atravezarlo sería duro, pero las bondades del Kiwara del otro lado de éste hacían que la jornada valiera la pena. Estaban cansados y decidieron detenerse a decansar. Los padres, exhaustos, se durmieron casi inmediatamente, mientras sus dos cachorros mayores jugaban y el menor, Zuri, se encontraba acurrucado a un lado de su madre. Un par de horas después, un ruido agitator despertó a los adultos. El sonido era familiar: hienas. La madre inmediatamente buscó a sus hijos. Zuri todavía estaba junto a ella, sus ojitos parpadeaban pues el alboroto lo había despertado; pero los otros dos no estaban al alcance de la vista. La madre escondió a Zuri y le dijo que se quedara ahí, y, asustados, ambos padres salieron a la búsqueda de sus cachorros, dirigiéndose hacia la fuente del sonido. Al llegar, sus ojos se derritieron de dolor. Kawia, o lo que quedaba de el, yacía a un lado. Tenía un enorme hoyo en el estómago y le faltaban los ojos, dos piernas y la cola. Mientras tanto, las hienas se divertían con Indela; entre varias la mordisqueaban y tironeában al tiempo que ella gritaba por su mami. Ésta, sin pensar, se lanzó al ataque y, tras de ella, el padre. Un cachorro de León se acercaba en el horizonte, a gatas, por no caminar muy bien todavía. En pocos minutos, gracias a la superioridad numérica, el macho fue sometido por las bestias, un grupo de ellas se dió vuelo arañando, desgarrando y perforando la parte inferior de su cuerpo. El cachorro se acercaba. Momentos después, la madre fue sometida y su hija muerta frente a sus ojos. El cachorro llegó a la escena. La hembra, su madre, lo vió antes que las hienas, y le hizo señas para que huyera; obedientemente él corrió y se ocultó detrás de una piedra con una forma tal que le permitía verlo todo sin ser visto. Desde ahí vió como las hienas se divertían con su madre: como la atacaban, como la atormentaban, como la matron. Desde ahí también vió a las hienas reirse, burlarse, y finalmente huir.



El mediodía del Kiwara es tan fresco como el más agradable clima. Una joven leona se disponía a la caza. Ya había localizado su merienda: Una gacela pequeña que se había separado del grupo. Mientras tanto un pequeño cachorro se escondía en los arbustos. La leona comenzó a acercarse sigilosamente, invisible para su presa gracias a los altos pastos de la savana. Se acercó más y más. Una pequeña rama emitió un sonido mientras era pisada por una enorme pata. Los oídos de la gacela giraron hacia la fuente del ruido, seguidos por la cabeza, pero, antes de que se diera cuenta, se hallaba en el piso con el hocico en las fauces de la leona. Ésta apretaba con fuerza, más, más... hasta que la gacela se asfixió. Empezó entonces a comer la leona, pero instantes después sus oídos le advirtieron que el cachorro había dejado los matorrales y se acercaba, ella le gritó que regresara a ellos y él lo hizo. Después de que se había acabado toda la carne buena, tomó un muy pequeño pedazo de la peor y se la arrojó al cachorro, mismo que en dos bocados se acabó el diminuto trozo. Cuando pidió más la respuesta fue una risa burlona, y un comentario sarcástico de los buitres.



El calor del desierto es mucho peor que el del Jani, especialmente para un cachorro solo. Zuri, ahora huérfano, vagaba por el desierto en busca de algo desconocido incluso para el. Dos días había ya vagado; solo y sin alimentos o agua. Estaba sumamente cansado, y cada paso que daba era un verdadero logro, que eventualmente no conquistó. Simplemente se quedó echado en su barriga esperando lo que hubiera que esperar... Repentinamente se sintió agitado, algo lo levantó de manera brusca del suelo y lo hizo volar por los aires y aterrizar a unos metros de ahí. Oyó una carcajada y, con lo que le quedaba de fuerza, dijo "Owi". Escuchó a la risa aproximarse y después silencio. Se sintió olido, y escuchó una escandalosa voz decor, "Que!? Estás vivo?!", abrió sus pequeños ojos y vió la oscura forma de una leona jóven. La vio sonreir, una hipócrita sonrisa, "Pero que conveniente!", fue levantado y llevado lejos. Primero, la leona le dió agua y un poco de comida, para asegurar que no se muriera. Cuando acabó, lo llevó a la cima de un árbol y lo dejó ahí a su destino, hasta que cayó la noche. El cachorro maulló hasta acabarse su garganta durante todo ese tempo, pero en medio del desierto sus gritos fueron inútiles. Más o menos cuando la luna se encontraba en lo más alto, la leona regresó y lo bajó algunas ramas, después lo arrojó del árbol. Al recogerlo del piso le susurró al oído, "Ya sabes a quien obedecer."



Las noches del Kiwara son más frías que las del polo norte, pero ésta en particular parecía especialmente planeada, paneada para la tragedia. Llegaban Noyana, la joven y oscura leona, y Zuri a su casa (una cueva escondida entre zarzales espinosos) cuando descubrieron un intruso: Un pequeño y tierno ratón. Noyana le gritó a Zuri que lo matara, el se rehusó pero fue obligado. Lo correteó por largo rato y finalmente lo acorraló en una esquina, pero en vez de matarlo lo ocultó y le mintió a la leona diciéndole que se lo había comido entero. Astuta, ésta ascintió y se fue a dormir a su rincón. Cuando el la creyó dormida, sigilosamente se escapó al exterior de la cueva a jugar con el ratón (al que imaginaba su amigo). Después de no más de dos minutos de juego, el ratón corrió hacia el interior de la cueva. Siguiéndolo Zuri con la mirada, descubrió que estaba siendo observado. Al descubrir esos ojos color miel brillando en la obscuridad palideció. Antes de que pudiera hacer nada, oyó el rugido más fuerte que jamás haya oído. Trató de huir, pero Noyana lo atrapó con sólo estirar su pata. El lloraba y suplicaba por su vida, pero la perverza leona lo arrojó contra el piso con toda su fuerza, y le puso una pata en el cuello, apretando más y más, hasta que finalmente extinguió una vida que probablemente nunca debió de haber existido.



El cuerpo fue devorado por los buitres en una madrugada en la que todo era tranquilo, los monos araña dormían en las copas de los árboles, las gacelas estaban en guardia, los grillos cantaban, el viento agitaba las hojas y una leona dormía profunda y tranquilamente. Ningún maullido perturbaba esta armonía.